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Black Flags

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The Rise of ISIS
por Joby Warrick 2016 368 páginas
4.32
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Puntos clave

1. De delincuente común a líder radical: la improbable transformación de Zarqawi

Era un matón y un borracho.

Un camino inesperado. Ahmad Fadil al-Khalayleh, más tarde conocido como Abu Musab al-Zarqawi, comenzó su vida en Zarqa, Jordania, como un joven problemático con antecedentes de pequeños delitos, abuso de alcohol y violencia, incluso agresiones sexuales. Su juventud no mostraba señales de piedad religiosa ni de liderazgo, sino más bien enfrentamientos con la ley por asalto, robo y proxenetismo. Este pasado hacía que su posterior transformación en un líder yihadista respetado resultara aún más sorprendente para quienes lo conocían.

Un giro religioso. Su rumbo cambió radicalmente tras un viaje a Afganistán a finales de los años 80, donde se expuso a la ideología islamista radical y a la yihad contra los soviéticos. Al regresar a Jordania, se volvió profundamente religioso, abandonando sus viejos hábitos pero canalizando su naturaleza volátil hacia un fervor extremista. Este nuevo celo lo llevó a conectar con clérigos radicales y antiguos combatientes afganos, lo que lo puso en conflicto directo con las autoridades jordanas.

Ambiciones tempranas. A pesar de carecer de educación religiosa formal o de un pensamiento estratégico sofisticado al principio, Zarqawi albergaba ambiciones que iban más allá del delito menor, soñando con establecer un estado islámico. Sus primeras actividades en Jordania consistieron en asociarse con grupos extremistas y planear ataques a pequeña escala contra enemigos percibidos del Islam, aunque estos intentos eran a menudo torpes y fracasaban, lo que le valió su primera prisión. Su camino de matón callejero a figura del extremismo religioso es un ejemplo de las rutas impredecibles que pueden tomar las personas expuestas a ideologías radicales y conflictos.

2. La prisión jordana: un crisol para la radicalización y la construcción de redes

Era un verdadero líder.

Un seminario forzado. El tiempo que Zarqawi pasó en la prisión al-Jafr de Jordania entre 1994 y 1999 fue un periodo crucial que, sin querer, lo transformó de un extremista de nivel medio a una figura respetada dentro de la comunidad radical. Confinado junto a decenas de otros presos políticos, muchos más educados o con experiencia yihadista, Zarqawi aprovechó para profundizar su conocimiento religioso y consolidar sus creencias extremistas bajo la tutela de figuras como Abu Muhammad al-Maqdisi. Las duras condiciones y las quejas compartidas fomentaron un fuerte sentido de camaradería e identidad colectiva entre los reclusos.

Surge el liderazgo. Dentro de los muros de la prisión, el carisma innato y la naturaleza brutal de Zarqawi le permitieron ascender como líder de facto, especialmente entre los presos menos educados o más violentos. Mientras Maqdisi proporcionaba el marco ideológico, Zarqawi imponía disciplina y lealtad, usando la intimidación y la violencia cuando era necesario, ganándose apodos como "el Extraño" y "el de Zarqa". Su capacidad para comandar respeto y obediencia, incluso de criminales endurecidos y veteranos, demostraba un liderazgo en bruto.

Construyendo una red. La experiencia compartida de la prisión forjó lazos fuertes entre Zarqawi y sus compañeros, creando una red leal que sería crucial tras su liberación. Muchos de estos hombres, incluidos fabricantes de bombas y expertos logísticos, se unirían luego a él en Afganistán e Irak, formando el núcleo de su futura organización. La prisión, destinada a contener y quizás desradicalizar, se convirtió en un caldo de cultivo para futuros terroristas y un nodo vital en la red yihadista global emergente, consolidando la posición de Zarqawi en esta peligrosa fraternidad.

3. La invasión estadounidense de Irak: un catalizador inesperado para la yihad global

La guerra se acercaba.

Un vacío creado. La invasión de Irak en 2003 liderada por Estados Unidos, destinada a derrocar a Saddam Hussein y establecer la democracia, creó inadvertidamente el ambiente perfecto para el ascenso de Zarqawi. El régimen secular de Saddam había reprimido activamente a grupos yihadistas, incluida al-Qaeda, pero la invasión desmanteló el aparato estatal, incluyendo el ejército y las fuerzas de seguridad, dejando un vacío de poder y un caos generalizado. Esta ruptura del orden proporcionó terreno fértil para que surgieran y operaran libremente diversos grupos insurgentes.

Explotando el caos. Zarqawi, que ya se había trasladado a Irak antes de la invasión, estaba en una posición única para aprovechar esta nueva realidad. A diferencia de al-Qaeda, que se centraba en atacar al "enemigo lejano" (Estados Unidos), Zarqawi se interesaba principalmente en el "enemigo cercano" (los regímenes árabes) y vio la invasión como una oportunidad para combatir a ambos. El colapso del control estatal le permitió establecer campos de entrenamiento, reclutar combatientes y mover armas y personal con relativa facilidad, especialmente en las zonas de mayoría suní desilusionadas con la ocupación.

Un imán para yihadistas. Irak bajo ocupación se convirtió en un imán global para combatientes extranjeros que buscaban hacer la yihad contra Estados Unidos. La presencia de Zarqawi y su disposición a realizar ataques brutales y de alto perfil atrajeron un flujo constante de reclutas y financiamiento, transformando su pequeño grupo en una fuerza significativa. La invasión, lejos de eliminar la amenaza terrorista, proporcionó inadvertidamente un nuevo y más peligroso campo de batalla y empoderó a un líder brutal que redefiniría las tácticas de la yihad global.

4. Las tácticas brutales de Zarqawi: la violencia sectaria como herramienta estratégica

Queremos encender una guerra civil.

Más allá de los métodos de al-Qaeda. Zarqawi se distinguió de al-Qaeda por su brutalidad extrema, especialmente por su adopción de la violencia sectaria contra la mayoría chií de Irak y el uso de decapitaciones públicas. Mientras al-Qaeda se enfocaba en ataques simbólicos contra objetivos occidentales, Zarqawi veía a los chiíes como apóstatas y un obstáculo principal para establecer un estado islámico dominado por los suníes. Sus ataques contra civiles chiíes, mezquitas y procesiones religiosas no eran actos aleatorios de violencia, sino una estrategia deliberada para provocar una guerra civil sectaria.

Choque y terror. Las decapitaciones públicas, a menudo filmadas y difundidas en línea, se convirtieron en un sello distintivo del grupo de Zarqawi. El espectáculo macabro estaba diseñado para aterrorizar a los enemigos, intimidar a los rivales y atraer a los elementos más radicales a su causa. El asesinato del civil estadounidense Nicholas Berg en mayo de 2004, llevado a cabo personalmente por Zarqawi y ampliamente difundido, conmocionó al mundo y consolidó su imagen como una figura de crueldad sin igual, repeliendo a muchos pero galvanizando a los más extremos.

Sectarianismo estratégico. Zarqawi articuló explícitamente su objetivo de encender el conflicto sectario en sus comunicaciones, especialmente en su carta de enero de 2004 a bin Laden. Creía que atacando a los chiíes podría forzar a la población suní, que se sentía marginada y amenazada por el orden post-Saddam, a tomar las armas y unirse a su lucha. Esta estrategia, aunque inicialmente controvertida incluso dentro de al-Qaeda, resultó devastadoramente efectiva al sumergir a Irak en una brutal guerra civil que mató a decenas de miles y alteró fundamentalmente el tejido social del país.

5. Una alianza compleja: la relación de Zarqawi con al-Qaeda

Juro por Dios que no le pido dinero, ni hombres ni armas.

Distancia inicial. A pesar de ser conocido más tarde como "al-Qaeda en Irak", la relación de Zarqawi con Osama bin Laden y Ayman al-Zawahiri fue inicialmente distante y marcada por diferencias ideológicas. Los líderes de al-Qaeda desconfiaban del enfoque de Zarqawi en el "enemigo cercano" (los regímenes árabes y los musulmanes chiíes) y de su brutalidad extrema, que temían alejaría a posibles simpatizantes. Bin Laden inicialmente se negó a abrazar completamente a Zarqawi tras su primer encuentro en Afganistán.

Necesidad estratégica. La invasión estadounidense de Irak cambió esta dinámica. Mientras los líderes de al-Qaeda eran perseguidos y dispersados tras el 11-S, Irak se convirtió en un nuevo frente crucial. La creciente red de Zarqawi y su disposición a combatir a Estados Unidos lo convirtieron en un aliado valioso, aunque problemático. Al-Qaeda reconoció formalmente al grupo de Zarqawi en octubre de 2004, viendo en él una oportunidad para establecer una base en Irak y capitalizar el sentimiento antiestadounidense generado por la ocupación.

Tensiones persistentes. La alianza estuvo siempre llena de tensiones. Zawahiri, quien asumió el liderazgo de al-Qaeda tras la muerte de bin Laden, criticó repetidamente la violencia indiscriminada de Zarqawi contra civiles, especialmente chiíes, temiendo que dañara la imagen de al-Qaeda y socavara sus objetivos más amplios. Sin embargo, Zarqawi a menudo ignoró estas directrices, confiado en su propia visión estratégica y en la lealtad de sus seguidores. Esta fricción interna evidenció la divergencia ideológica y táctica entre el liderazgo tradicional de al-Qaeda y la nueva generación más brutal de yihadistas que emergía en Irak.

6. La vigilancia jordana: contrarrestando las conspiraciones de Zarqawi en casa

Este es nuestro 11-S.

Una amenaza persistente. A pesar del enfoque de Zarqawi en Irak, su Jordania natal seguía siendo un objetivo, vista como un régimen apóstata aliado con Occidente e Israel. Los servicios de inteligencia jordanos, especialmente la Dirección General de Inteligencia (GID), tenían una larga historia de monitorear y contrarrestar extremistas domésticos, incluyendo a Zarqawi desde sus primeros días. Entendían mejor que muchos observadores externos su potencial amenaza y trabajaron activamente para desbaratar sus redes dentro del reino.

Prevención de ataques. La inteligencia jordana frustró con éxito varios complots importantes orquestados por la red de Zarqawi, destacando el "Complot del Milenio" a finales de 1999, que buscaba atacar sitios turísticos y hoteles durante las celebraciones de Año Nuevo, y un complot a gran escala con armas químicas en abril de 2004 dirigido contra la sede de la GID y la embajada estadounidense. Estos éxitos demostraron la eficacia de la GID en inteligencia humana e infiltración, apoyándose a menudo en informantes y técnicas agresivas de interrogatorio.

Los atentados de Ammán. El ataque más devastador en suelo jordano ocurrió el 9 de noviembre de 2005, cuando el grupo de Zarqawi llevó a cabo atentados suicidas coordinados en tres hoteles de Ammán, matando a más de 60 personas, muchas de ellas asistentes a una boda. Este ataque, que cobró la vida de jordanos comunes, incluidas mujeres y niños, cambió radicalmente la percepción pública de Zarqawi en Jordania, transformando la indiferencia o incluso la admiración renuente en indignación y condena. Impulsó los esfuerzos de la GID para capturarlo o eliminarlo, convirtiendo su captura o muerte en una prioridad nacional.

7. Errores de la política estadounidense: alimentando la insurgencia y empoderando a los extremistas

La desbaazificación y la disolución del ejército fueron "demasiado audaces... rozando la imprudencia."

Consecuencias no deseadas. Varias decisiones clave tomadas por la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA) liderada por Estados Unidos en Irak tras la invasión de 2003 alimentaron inadvertidamente la insurgencia y crearon oportunidades para grupos como el de Zarqawi. Las más significativas fueron las políticas de "desbaazificación", que purgaron a miembros del partido Baaz de Saddam Hussein de cargos gubernamentales, y la disolución del ejército iraquí. Estas acciones alienaron a cientos de miles de iraquíes, muchos de ellos suníes con experiencia militar o en seguridad.

Creando un caldo de reclutas. Estos individuos, de repente desempleados y marginados, despojados de sus medios de vida y estatus, se convirtieron en un terreno fértil para el reclutamiento de grupos insurgentes. Exoficiales y soldados aportaron habilidades militares, armas y conocimientos logísticos a la resistencia naciente. Aunque no todos se unieron a Zarqawi, muchos compartían causa con grupos que luchaban contra la ocupación, incluidos aquellos alineados ideológicamente con el yihadismo.

Vacío de seguridad. La disolución del ejército y la policía creó un enorme vacío de seguridad en todo el país. El ejército estadounidense estaba mal equipado y era insuficiente en número para mantener el orden, lo que llevó a saqueos generalizados y al colapso de la ley y el orden. Este ambiente de anarquía permitió que grupos extremistas, incluido el de Zarqawi, operaran, se organizaran y tomaran control de territorios, especialmente en el corazón suní, proporcionándoles refugios seguros y bases operativas que habrían sido imposibles bajo el régimen represivo de Saddam.

8. El costo humano: violencia y división que marcan a las sociedades

Esto no es un concepto, es lo que sucede al lado.

Vidas ordinarias destrozadas. La violencia orquestada por Zarqawi y sus sucesores infligió un sufrimiento inmenso a la gente común en Irak, Jordania y luego Siria. Ataques como los atentados en hoteles de Ammán, la explosión en la mezquita de Samarra y numerosos coches bomba en ciudades iraquíes mataron a miles de civiles, destruyendo familias y comunidades. El ataque a civiles, a menudo en mercados, mezquitas o reuniones públicas, fue una táctica deliberada para sembrar terror y exacerbar tensiones sectarias.

Heridas sectarias. La estrategia de Zarqawi de atacar a los musulmanes chiíes desató una brutal guerra civil sectaria en Irak que mató a decenas de miles y desplazó a millones. Esta violencia profundizó divisiones históricas entre comunidades suníes y chiíes, transformando barrios donde habían convivido durante generaciones en campos de batalla. El legado de este conflicto sigue atormentando a Irak, dificultando enormemente la reconciliación y la unidad nacional.

Inestabilidad regional. La propagación de la violencia y el extremismo tuvo consecuencias devastadoras más allá de las fronteras iraquíes. La guerra civil siria, alimentada por la intervención extranjera y el auge de grupos extremistas, provocó una catástrofe humanitaria, con millones desplazados y cientos de miles de muertos. Países vecinos como Jordania y Líbano lucharon por manejar masivos flujos de refugiados y la amenaza de violencia desbordada. El conflicto transformó la región, creando una nueva generación de víctimas y perpetuando un ciclo de violencia e inestabilidad.

9. La muerte de Zarqawi: una victoria táctica, no el fin del movimiento

Él se fue, pero el árbol que plantó seguía creciendo.

Un objetivo de alto valor eliminado. Tras años de intensa búsqueda por fuerzas estadounidenses y jordanas, Abu Musab al-Zarqawi fue abatido en un bombardeo aéreo estadounidense en Hibhib, Irak, el 7 de junio de 2006. Su muerte fue una victoria táctica significativa para Estados Unidos y sus aliados, eliminando a un líder carismático y brutal que se había convertido en la cara de la insurgencia en Irak y un símbolo global de la violencia yihadista. La operación, que involucró una extensa recopilación de inteligencia y vigilancia, fue un testimonio de la eficacia de los esfuerzos militares y de inteligencia combinados.

Sucesión y adaptación. Aunque la muerte de Zarqawi fue un golpe, no desmanteló su organización. Sus seguidores nombraron rápidamente un sucesor, y el grupo, que se había rebautizado como Estado Islámico de Irak (ISI), continuó sus operaciones. Aunque el ISI enfrentó una presión significativa por la ofensiva militar estadounidense y el movimiento del Despertar suní en los años siguientes, que lo forzaron a la clandestinidad, la red central y la ideología persistieron, adaptándose a las nuevas circunstancias.

Legado de brutalidad. Más importante aún, la muerte de Zarqawi no extinguió la ideología brutal y sectaria que defendía. Sus tácticas, especialmente el ataque a civiles y el uso de violencia extrema, tuvieron un impacto duradero en el panorama yihadista, influyendo en grupos futuros. Aunque el ISI inicialmente moderó algunas de las prácticas más controvertidas bajo la presión de al-Qaeda, la creencia central en la guerra sectaria y la búsqueda de un califato territorial permanecieron, esperando una nueva oportunidad para resurgir.

10. El ascenso del ISIS: Baghdadi construye sobre un legado violento

Este estado fue fundado por Abu Musab al-Zarqawi.

De erudito a califa. Abu Bakr al-Baghdadi, exestudiante y profesor de derecho islámico con un carácter reservado, ascendió en las filas de la organización de Zarqawi, convirtiéndose finalmente en líder del Estado Islámico de Irak (ISI) en 2010 tras la muerte de sus predecesores. A diferencia de Zarqawi, Baghdadi carecía de experiencia en el campo de batalla, pero poseía un profundo conocimiento de la ley islámica y una fuerte creencia en su linaje directo del Profeta Mahoma, lo que veía como legitimación para su liderazgo y, eventualmente, para el califato.

Reconstrucción y expansión. Baghdadi heredó una organización severamente debilitada por los esfuerzos antiterroristas de Estados Unidos e Irak. Sin embargo, demostró ser un estratega astuto, enfocándose en reconstruir las capacidades del grupo y expandir su alcance. Entre sus iniciativas clave

Última actualización:

Reseñas

4.32 de 5
Promedio de 15k+ calificaciones de Goodreads y Amazon.

Black Flags presenta un relato fascinante sobre el ascenso del ISIS, remontándose a sus orígenes desde Abu Musab al-Zarqawi hasta Abu Bakr al-Baghdadi. La narrativa de Warrick combina hábilmente el contexto histórico con historias individuales, ofreciendo a los lectores una comprensión completa de la evolución del grupo. Los críticos destacan la accesibilidad del libro, su estilo de escritura atractivo y la profundidad de su investigación. Muchos lo consideran informativo y revelador, valorando el enfoque equilibrado de Warrick frente a temas complejos. Aunque algunos señalan un ligero sesgo partidista, la mayoría elogia la obra por su exhaustivo análisis del desarrollo del ISIS y su impacto en la política global.

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Sobre el autor

Joby Warrick es un destacado periodista estadounidense reconocido por su trabajo galardonado con el Premio Pulitzer. Nacido en 1960, se incorporó a The Washington Post en 1996, donde ha abordado una amplia variedad de temas, incluyendo Medio Oriente, seguridad nacional y diplomacia. La experiencia de Warrick abarca asuntos relacionados con la comunidad de inteligencia, la proliferación de armas de destrucción masiva y cuestiones medioambientales. Además, ha colaborado con la unidad de investigación del Post. Su libro Black Flags: The Rise of ISIS obtuvo en 2016 el Premio Pulitzer a la Mejor Obra de No Ficción General, consolidando su reputación como una autoridad principal en asuntos del Medio Oriente y terrorismo. La carrera periodística de Warrick se distingue por su capacidad para ofrecer reportajes profundos y bien documentados sobre complejos temas globales.

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