Puntos clave
1. Las campañas de concienciación aumentaron las conversaciones sobre salud mental, pero la comprensión aún queda rezagada.
A pesar de todo este impulso por empezar a hablar, nadie sabe realmente cómo escuchar; nadie sabe con certeza qué es lo que debe decir.
La conversación ha comenzado. Campañas como "Es hora de cambiar" lograron que la salud mental entrara en el debate público, con la participación de celebridades y datos como que "uno de cada cuatro adultos experimentará una enfermedad mental". Este cambio hizo que las personas se sintieran menos solas y más dispuestas a compartir sus dificultades, un paso crucial tras años de silencio y estigma. La experiencia personal de la autora en 2008 refleja este contraste: se sentía aislada a pesar de que los profesionales decían que sus problemas eran comunes.
La comprensión es limitada. A pesar del aumento en la conciencia, el entendimiento público sobre trastornos específicos y cómo responder sigue siendo superficial. Términos como TOC se usan de manera casual, trivializando condiciones graves caracterizadas por pensamientos intrusivos y compulsiones incapacitantes. Esta falta de profundidad implica que, incluso cuando alguien se abre, quien escucha puede no captar la realidad del problema, dificultando un apoyo efectivo.
Se necesita apoyo. Con los servicios psicológicos infrafinanciados y saturados, el apoyo informal de amigos, familiares y colegas es esencial. Sin embargo, sin un entendimiento más profundo de lo que implica realmente una enfermedad mental, esta red informal está mal equipada para brindar ayuda significativa. La conversación debe ir más allá de estadísticas y hashtags para educar sobre las realidades de los distintos trastornos.
2. Los síntomas de la enfermedad mental existen en un continuo con la experiencia humana normal, lo que dificulta definiciones claras.
Los delirios, en otras palabras, están en un continuo.
Espectro de experiencias. Los síntomas de la enfermedad mental, como el estado de ánimo bajo, la preocupación o incluso alucinaciones y paranoia, no están completamente separados de los pensamientos, sentimientos y comportamientos cotidianos. Se sitúan en un espectro suave, lo que dificulta definir un punto exacto donde termina la experiencia normal y comienza la patología. Esto es cierto incluso para síntomas aparentemente claros como oír voces o sostener creencias irracionales.
Definir umbrales. A pesar del continuo, se necesitan puntos de corte artificiales por razones prácticas como diagnóstico, pautas de tratamiento, acceso a seguros e investigación. Los expertos usan criterios como gravedad, frecuencia, duración y alteración de la vida diaria para determinar si los síntomas alcanzan un nivel patológico. Sin embargo, estos umbrales son inherentemente arbitrarios y objeto de debate entre profesionales.
Juicio pragmático. El juicio clínico suele complementar los criterios estrictos, considerando el malestar y la discapacidad funcional causados por los síntomas. Este enfoque pragmático reconoce que el impacto en la vida de la persona es crucial, no solo si cumple con cierto número de casillas en un cuestionario. Confiar únicamente en medidas de autoinforme puede sobreestimar la prevalencia al no captar esta sutileza.
3. Las definiciones oficiales de enfermedad mental se están ampliando, potencialmente medicalizando el malestar cotidiano.
Quizá ahora estamos etiquetando demasiadas experiencias psicológicas como trastornos, aplicando el término “enfermedad mental” a cosas que no deberían llamarse enfermedades.
Ampliación de límites. El Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM) ha incrementado significativamente el número de trastornos reconocidos desde su primera edición en 1952. Esta expansión ocurre verticalmente (bajando umbrales para trastornos existentes) y horizontalmente (añadiendo nuevos trastornos o ampliando los existentes). Ejemplos incluyen la expansión del trastorno de ansiedad social más allá del miedo a hablar en público y la inclusión del trastorno por atracón.
Deslizamiento conceptual. Este fenómeno, llamado "deslizamiento conceptual", implica que un rango cada vez mayor de experiencias psicológicas entra en el ámbito psiquiátrico. Aunque algunas expansiones son beneficiosas (por ejemplo, reconocer la enfermedad mental en niños o incluir el trauma indirecto en el TEPT), los críticos advierten que corre el riesgo de medicalizar el sufrimiento humano normal como el duelo o la ansiedad cotidiana.
Consecuencias no deseadas. Las definiciones en expansión, junto con una mayor conciencia pública, pueden llevar a que las personas interpreten emociones negativas normales desde una perspectiva psiquiátrica. Esta inflación lingüística puede diluir el significado de términos como "depresión" o "trauma", dificultando distinguir la enfermedad grave del malestar transitorio y conduciendo a autodiagnósticos inapropiados o escepticismo sobre trastornos genuinos.
4. La enfermedad mental surge de una compleja interacción entre vulnerabilidad biológica y estrés ambiental.
En esencia, solo cuando se experimentan condiciones ambientales adversas los genes “se activan”.
Interacción entre naturaleza y crianza. La enfermedad mental no es causada solo por genes o ambiente, sino por su compleja interacción. Las predisposiciones genéticas crean vulnerabilidad, pero los factores externos suelen actuar como desencadenantes. Estudios muestran que quienes tienen susceptibilidad genética tienen más probabilidades de desarrollar trastornos cuando enfrentan circunstancias difíciles.
Factores biológicos. Los genes influyen en la estructura y función cerebral, afectando procesos psicológicos como la regulación emocional, el control de impulsos y el procesamiento de amenazas. Aunque ningún gen causa un trastorno por sí solo, cientos o miles contribuyen con pequeños riesgos. Las disfunciones en redes cerebrales se asocian con muchos trastornos, pero la relación es compleja, y los síntomas también afectan la función cerebral.
Factores ambientales. Eventos estresantes, desde traumas mayores como abuso o guerra hasta dificultades crónicas como pobreza o acoso escolar, aumentan significativamente el riesgo. Los estilos de crianza también pueden influir, a veces vinculados a vulnerabilidades genéticas de los padres (correlación gen-ambiente). Sin embargo, la mayoría de las personas expuestas al estrés no desarrollan trastornos, lo que resalta la importancia de la vulnerabilidad individual y los mecanismos de afrontamiento.
5. La adolescencia es un período crítico para la aparición de enfermedades mentales debido a cambios biológicos y sociales rápidos.
Si llegas a los veinticinco años sin haber experimentado una enfermedad mental, las probabilidades de desarrollarla después—aunque ciertamente puede ocurrir—se reducen considerablemente.
Periodo de riesgo máximo. Las investigaciones indican que la mayoría de las enfermedades mentales comienzan antes de los 24 años, con un 50 % iniciándose antes de los 14. La adolescencia, aproximadamente entre los 10 y 24 años, es un momento de alta vulnerabilidad. No se trata solo de la edad, sino de los profundos cambios físicos y psicológicos impulsados por la pubertad y el desarrollo cerebral.
Cambios puberales y cerebrales. Los cambios hormonales durante la pubertad desencadenan el desarrollo físico y modificaciones significativas en la estructura y conectividad cerebral, que continúan hasta los veinte años. Estos cambios sustentan el desarrollo de habilidades cognitivas y emocionales complejas necesarias para la adultez, pero también pueden desviarse en individuos vulnerables. La pubertad temprana, especialmente en niñas, se asocia con mayor riesgo de varios trastornos.
Reorientación social. La adolescencia implica un cambio crucial hacia las relaciones con pares y el desarrollo de habilidades sociales sofisticadas como la “teoría de la mente”. La mayor sensibilidad al juicio y la exclusión social, junto con la nueva independencia y la exposición a conductas de riesgo (consumo de sustancias, actividad sexual), crean factores estresantes que pueden desencadenar trastornos en quienes tienen vulnerabilidades subyacentes. Los patrones de sueño también cambian, a menudo causando alteraciones crónicas que agravan las dificultades psicológicas.
6. Las redes sociales son una “espada de doble filo”, ofreciendo tanto conexión como posibles daños según el usuario y el contexto.
Esta frase—espada de doble filo—podría resumir la relación de las redes sociales con la salud mental en su conjunto.
Impacto complejo. El efecto de las redes sociales en la salud mental no es simple ni universalmente negativo, a pesar de titulares alarmantes. Los hallazgos de investigación suelen ser contradictorios, en parte por problemas metodológicos como el uso de datos transversales. Mientras algunos estudios muestran pequeñas correlaciones entre tiempo frente a la pantalla y malestar, otros no encuentran vínculo.
Más allá del tiempo de pantalla. La forma en que se usan las redes sociales importa más que las horas dedicadas. Comportamientos como curar imágenes en línea y buscar “me gusta” pueden interactuar y amplificar vulnerabilidades existentes relacionadas con la autoestima y la apariencia, especialmente en adolescentes. Sin embargo, las redes sociales suelen reflejar y magnificar problemas reales más que crear otros nuevos.
Beneficios y daños. Las redes sociales ofrecen oportunidades de conexión, validación, auto-revelación y compañía, reflejando aspectos de amistades fuera de línea. Pueden reducir el aislamiento y brindar apoyo, especialmente a quienes enfrentan problemas de salud mental. Por otro lado, facilitan el ciberacoso y la exposición a contenidos dañinos (autolesiones, suicidio), que pueden agravar el malestar en personas vulnerables. Su impacto depende en gran medida del estado previo del usuario y su contexto fuera de línea.
7. El aumento reportado de enfermedades mentales puede reflejar en parte mayor apertura y cambios en definiciones, no solo un incremento real.
La conclusión es que una persona que complete un cuestionario sobre su estado de ánimo en 2020, por ejemplo, tendrá un marco cultural totalmente distinto para entender las preguntas.
Más personas buscando ayuda. El aumento en prescripciones de antidepresivos y en quienes buscan tratamiento sugiere tasas crecientes, pero esto podría deberse a la reducción del estigma y mayor disposición a admitir problemas. Esto es un resultado positivo de las campañas de concienciación, pero complica la interpretación de datos de prevalencia basados en muestras clínicas.
Interpretaciones cambiantes. Incluso en estudios comunitarios con cuestionarios, las respuestas están influenciadas por el contexto cultural. A medida que el lenguaje de salud mental se vuelve más común y las definiciones se amplían (efectos de retroalimentación), las personas pueden interpretar sus sentimientos negativos normales como síntomas de un trastorno, elevando las tasas auto-reportadas sin un aumento real en el malestar subyacente.
Factores múltiples. Aunque la mayor apertura y los cambios en definiciones juegan un papel, otros factores probablemente contribuyen a los aumentos observados, especialmente en autolesiones y suicidio entre jóvenes. Estos incluyen posibles incrementos en el estrés, cambios en mecanismos de afrontamiento (como contagio social de autolesiones), dificultades para acceder a tratamiento y otros problemas sociales. El panorama completo es complejo y multifacético.
8. El uso excesivo de etiquetas psiquiátricas para el sufrimiento normal puede devaluar la experiencia de la enfermedad grave.
Confundir normalidad y patología devalúa la moneda de la verdadera enfermedad.
Dilución del significado. Aplicar términos como “depresión”, “trastorno de ansiedad” o “trauma” a malestares leves o transitorios, o a reacciones normales ante eventos difíciles (como el duelo), diluye el significado de estas palabras. Esta inflación lingüística dificulta distinguir entre enfermedad mental significativa y discapacitante y la infelicidad o estrés cotidiano.
Daño a los gravemente enfermos. Cuando todos dicen tener “depresión” o “ansiedad”, quienes padecen formas graves y debilitantes pueden sentir que su sufrimiento no se toma en serio o se malinterpreta. Esto puede generar aislamiento y frustración, al equiparar sus luchas profundas con experiencias mucho menos severas. Obstaculiza la comunicación efectiva sobre la realidad de la enfermedad mental grave.
Escepticismo y desvío. El uso casual del lenguaje psiquiátrico puede fomentar escepticismo público, alimentando actitudes despectivas como la narrativa del “delicado”. También corre el riesgo de desviar recursos y atención de quienes más necesitan apoyo y tratamiento intensivo, al centrarse en una población más amplia con malestar leve y no clínico.
9. La ayuda profesional es vital pero a menudo inaccesible, y la recuperación suele implicar manejar síntomas a largo plazo.
Para algunas personas, la enfermedad mental no es algo de lo que “se recuperan”, sino un desafío y discapacidad a largo plazo.
Opciones de tratamiento. La ayuda profesional suele incluir medicación (como ISRS) y/o terapia hablada (como TCC). Aunque la eficacia de los medicamentos ha sido debatida, estudios recientes amplios confirman que ofrecen beneficios significativos sobre placebo para muchos. La terapia brinda herramientas para manejar pensamientos, emociones y conductas, y la relación terapéutica es un factor clave en los resultados positivos.
Barreras de acceso. A pesar de la necesidad, acceder a atención de salud mental profesional es a menudo difícil por falta de fondos, largas listas de espera y limitaciones de seguros. Esta brecha entre el llamado a buscar ayuda y la disponibilidad de servicios es un problema grave que puede empeorar los resultados en crisis.
La recuperación es compleja. La narrativa popular de “recuperación” como cura completa suele ser poco realista. Para muchos, la enfermedad mental es una condición crónica que requiere manejo continuo. El tratamiento se enfoca en afrontar síntomas, prevenir recaídas y alcanzar metas personales, más que en erradicar completamente los síntomas. Reconocer esta realidad es crucial para manejar expectativas y reducir presiones sobre las personas.
10. Apoyar a otros mediante la escucha activa y promover estrategias de autoayuda es fundamental para el bienestar colectivo.
Es difícil ser amigo de alguien que está deprimido, pero es una de las cosas más amables, nobles y valiosas que harás en tu vida.
Todos pueden ayudar. Apoyar a quienes luchan con la salud mental es una responsabilidad compartida. Facilitar que las personas hablen preguntando “¿Cómo estás realmente?” y practicar la escucha activa son formas simples pero poderosas de brindar apoyo. La escucha activa implica mostrar atención, comprensión y empatía mediante señales verbales y no verbales.
Hablar sobre el suicidio. El miedo suele impedir preguntar directamente sobre pensamientos suicidas, pero la investigación muestra que esto es contraproducente y potencialmente dañino. Preguntar abiertamente no siembra la idea; ofrece la oportunidad de compartir el malestar y acceder a ayuda. Las organizaciones de apoyo brindan orientación para tener estas conversaciones difíciles de forma segura y efectiva.
La autoayuda es valiosa. Para malestares leves o junto con tratamiento profesional, las personas pueden emplear estrategias de autoayuda. Enfocarse en el bienestar físico mediante ejercicio, técnicas de relajación y mejorar hábitos de sueño puede impactar significativamente la salud mental. Estos enfoques corporales abordan las manifestaciones físicas del malestar y pueden ser más intuitivos para algunos que métodos puramente cognitivos.
11. Algo de estrés es normal y necesario para construir resiliencia; el tiempo es un sanador poderoso y a menudo subestimado.
El tiempo es lo que es más grande que la depresión y la ansiedad, y puede desmentir sus mentiras.
Inoculación al estrés. Evitar todo estrés no es posible ni beneficioso. Experimentar estrés y desafíos manejables, especialmente durante el desarrollo, puede construir habilidades de afrontamiento y resiliencia, preparando a las personas para dificultades futuras. Esta “inoculación al estrés” sugiere que cierto nivel de exposición es protector, análogo a desarrollar condición física.
Sufrimiento duradero. Parte del dolor psicológico es una experiencia humana inevitable y no siempre puede ser arreglada o eliminada. Aprender a vivir con o a través del malestar, en lugar de verlo como signo de patología, es un aspecto crucial del bienestar mental. La conversación pública debe abrir espacio para esta realidad, reconociendo que sentirse mal a veces es simplemente parte de ser humano.
El poder sanador del tiempo. El tiempo es un elemento esencial en la recuperación y manejo del malestar. Permite perspectiva, desmiente la sensación de permanencia durante los momentos difíciles y facilita procesos naturales de sanación. La recuperación suele ser no lineal, con retrocesos, pero construir una historia personal de superar momentos duros ofrece evidencia de que la mejora es posible, reforzando la esperanza. A veces, simplemente resistir y esperar es necesario.
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Reseñas
Perdiendo la razón se adentra en las complejidades de definir y comprender las enfermedades mentales. Foulkes ofrece una perspectiva equilibrada y basada en evidencias sobre temas como el impacto de las redes sociales, las preocupaciones por el sobrediagnóstico y los retos del tratamiento. Los lectores valoran su enfoque matizado, sus reflexiones personales y un estilo de escritura accesible. El libro desmonta mitos, examina las tendencias actuales en salud mental y brinda consejos prácticos para apoyar a quienes padecen trastornos mentales. Aunque algunos encontraron ciertas secciones algo secas o con carencias en aspectos específicos, la mayoría de los críticos lo recomienda encarecidamente a quienes buscan una visión completa sobre los problemas de salud mental.
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