Puntos clave
1. La búsqueda de la superioridad: una fuerza omnipresente y destructiva
Un sentimiento de inferioridad alimenta la búsqueda de la superioridad, y esta búsqueda está marcada tanto por el orgullo como por la inferioridad.
Un impulso ubicuo. El afán de ser mejor que los demás es una tendencia humana profundamente arraigada, visible desde antiguos emperadores como Justiniano, quien se jactaba de haber superado a Salomón al construir Santa Sofía, hasta las comparaciones cotidianas por coches o “me gusta” en redes sociales. Este impulso se distingue de la búsqueda de la excelencia, que se centra en la superación personal, pues la superioridad suele implicar menospreciar a otros o impedir su éxito. El libro sostiene que, aunque la búsqueda de superioridad puede traer beneficios instrumentales (como la fama de Lionel Messi), su valor moral es altamente cuestionable.
Daño social. Esta búsqueda omnipresente de superioridad penetra casi todos los ámbitos de la vida moderna, desde el deporte y la educación hasta la política y las redes sociales. Genera una presión constante por estar a la altura, lo que conduce a problemas generalizados de salud mental como la depresión, que el autor denomina “enfermedad de la insuficiencia”. La comparación constante, especialmente en plataformas sociales cuidadosamente curadas, fomenta la insatisfacción corporal, trastornos alimenticios y una caída estrepitosa de la autoestima, sobre todo en adolescentes.
Erosión de valores. Cuando la superioridad se convierte en el valor dominante, puede degradar los bienes que pretende alcanzar. Por ejemplo, la feroz competencia por la educación de élite desplaza el foco del aprendizaje en sí mismo hacia la mera obtención de estatus, como evidencian los escándalos de admisiones y la correlación entre riqueza y acceso a escuelas selectas. De igual modo, en política, la búsqueda del dominio puede eclipsar el bien común, dando lugar a una “decadencia de la verdad” donde los líderes priorizan la victoria electoral sobre el discurso factual, incentivando la deshonestidad.
2. La “preocupación por la comparación” envenena la autoestima
Huir de la inferioridad buscando la superioridad la destruye.
El lamento del lirio. Søren Kierkegaard ilustra el peligro de la comparación con la parábola de un lirio de campo contento. Al enterarse por un “pájaro travieso” de que hay lirios más “hermosos” en otro lugar, el pequeño lirio se consume en “la preocupación por la comparación”, anhelando convertirse en una “Corona Imperial” envidiada por todos. Esta inquieta búsqueda, nacida de una inferioridad percibida, termina con su muerte al marchitarse en su vana persecución de validación externa.
Socavando la humanidad. Kierkegaard sostiene que esta “mentalidad inquieta de comparación” es una “mancha corruptora” que daña el alma. Conduce a:
- Preocupación constante: Ya sea en la cima o en el fondo de la escala comparativa, las personas sufren ansiedad, ya sea por ascender o por no ser superadas.
- Pérdida de singularidad: Las comparaciones competitivas aplanan las particularidades individuales, reduciendo a las personas a su éxito o fracaso en una escala única, a menudo arbitraria.
- Pérdida del yo: Los individuos se dispersan, esperando siempre la validación externa para definir “quién es en este momento”, lo que genera una identidad frágil e inestable.
Falsedad de la grandeza. Para Kierkegaard, la “grandeza” o superioridad que los humanos buscan es una ficción. Aunque las cualidades perseguidas (belleza, inteligencia) sean reales, el sentido de superioridad que de ellas se deriva es ilusorio y deshumanizante. Afirma que nuestra “mera humanidad” es una gloria incomparablemente mayor que cualquier distinción mundana, y perseguir la grandeza externa a costa de ella es una forma de “desesperación” espiritual, una traición a uno mismo que conduce a una existencia fantasmal.
3. La ambición de Satanás: la futilidad de la superioridad última
Hasta que el orgullo y la peor ambición me derribaron, guerreando en el Cielo contra el incomparable Rey del Cielo.
Rebelión contra la condición de criatura. En El Paraíso Perdido de John Milton, la búsqueda de superioridad de Satanás es el motor cósmico del mal. Como “primer Arcángel, grande en poder”, Satanás no puede soportar tener un superior, viendo la exaltación del Hijo por parte de Dios como un “mérito herido”. Su rebelión no es contra la injusticia, sino contra su propia inferioridad ontológica como criatura. Para justificar su gran insurrección, Satanás inventa una falsa ideología de auto-creación angelical, mostrando cómo la búsqueda de superioridad a menudo requiere distorsionar la realidad.
El tormento del auto-odio. El soliloquio de Satanás revela la agonizante verdad: su guerra contra Dios fue un “mal retorno por bien recibido”, impulsado por una “esperanza sin límites” de ser “el más alto”. Su incapacidad para arrepentirse nace de la vergüenza insoportable de reconocer su inferioridad, lo que lo lleva a un ciclo de auto-odio incluso mientras es “adorado” en el trono del Infierno. Esta “miseria” es la “alegría que encuentra la ambición”, ilustrando cómo la frustración en la búsqueda de superioridad puede volverse en contra de los competidores destruyendo aquello que ellos disfrutan, aunque signifique autodestrucción.
La ambición comprometida de Eva. La caída de Eva también tiene raíces en el deseo de superioridad, aunque más limitada. Satanás explota su incomodidad ante la superioridad intelectual de Adán, halagándola como “señora soberana” y “dama universal”. Tras comer el fruto prohibido, Eva espera “mantener el poder del conocimiento” y llegar a ser “alguna vez superior” a Adán, creyendo que “¿quién es inferior y libre?”. Su decisión de compartir el fruto con Adán no nace del amor, sino del miedo a la inferioridad definitiva si ella muere y él vive con otra Eva.
4. La verdadera gloria reside en el servicio humilde, no en la búsqueda de estatus
Por eso Dios también lo exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
El descenso de Cristo. El apóstol Pablo presenta a Jesucristo como el contraejemplo supremo a la búsqueda de superioridad. En el Carmen Christi (Filipenses 2:6-11), Cristo, aunque existiendo en “forma de Dios” y siendo igual a Dios, “no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse”. En cambio, “se vació a sí mismo”, tomando “forma de siervo” y humillándose hasta la muerte en cruz, la máxima “carrera de vergüenzas”. Esta radical humillación no fue un medio para obtener estatus, sino la esencia misma de su gloria divina.
Gloria en el don de sí. La exaltación posterior de Cristo por parte de Dios no es una recompensa por su sufrimiento, sino una vindicación pública de que ese amor entregado es gloria. La gloria de Cristo no consiste en mantener eminencia divina o controlar a otros, sino en servir a los demás, incluso a los más despreciados, hasta la muerte vergonzosa. Esto muestra qué significa ser el “Altísimo” frente a la fragilidad y necesidad de las criaturas.
Un nuevo estándar de valor. Pablo exhorta a los cristianos a adoptar esta “mente de Cristo”, a “no hacer nada por egoísmo o vanagloria, sino con humildad considerar a los demás como superiores a ustedes mismos” (Filipenses 2:3). Esto implica velar activamente por los intereses ajenos, tratándolos como si tuvieran mayor importancia, sin importar su mérito. Este honor mutuo, basado en el ejemplo de Cristo, desestabiliza las jerarquías mundanas y fomenta una comunidad de cuidado incondicional y honor compartido.
5. Todo valor humano es un don, negando cualquier base para jactancia
¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?
La ilusión del “hecho a sí mismo”. Pablo desafía directamente el fundamento mismo de la jactancia y la búsqueda de superioridad preguntando: “¿Quién te distingue de otro? ¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Corintios 4:7). Su respuesta es implícita: nada. Cada aspecto del ser humano —su existencia, capacidades, logros e incluso su justicia ante Dios— es un don. Por tanto, cualquier pretensión de haberse ganado un estatus superior es una “falsedad existencial”, una mentira que sustenta la “sabiduría” de un mundo condenado.
Jactancia solo en el Señor. Pablo, antes un ferviente buscador de superioridad religiosa, llegó a considerar sus “ganancias” anteriores (linaje, impecabilidad bajo la ley) como “pérdida” o “basura” tras encontrarse con Cristo. Su nueva identidad es “no tener justicia propia... sino la que viene por la fe en Cristo” (Filipenses 3:9). Esta “justicia ajena” es un don de Dios que excluye la jactancia personal. La única jactancia legítima es “en el Señor” (1 Corintios 1:31), reconociendo a Cristo como la única fuente de verdadera sabiduría, poder y posición, poniendo fin a toda pretensión de superioridad personal.
Recompensa mutua. Pablo redefine el concepto de “recompensa” eliminando la competencia. Cuando habla de su “corona de jactancia”, no es un premio individual por sus esfuerzos, sino las personas a quienes ha servido: “¿No son ustedes? Sí, ustedes son nuestra gloria y alegría” (1 Tesalonicenses 2:19-20). Esta alegría mutua significa que todos los que abrazan el camino de Cristo son recompensa unos de otros, y juntos son la corona de Cristo. Este sistema compartido y no exclusivo hace que la búsqueda de superioridad individual sea un oxímoron.
6. La “necedad” de Dios redefine poder y sabiduría
La necedad de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana.
Desafiando los estándares mundanos. Pablo confronta a la iglesia de Corinto, influida por “super-apóstoles” que preferían líderes elocuentes y poderosos y una “teología de la gloria” en lugar de la “palabra de la cruz” de Pablo. Para ellos, el mensaje de un Cristo crucificado parecía necedad y debilidad. Pablo afirma que esta aparente “necedad” y “debilidad” de Dios es en realidad “más sabia que la sabiduría humana” y “más fuerte que la fuerza humana” (1 Corintios 1:25). No es una afirmación competitiva, sino una declaración de una realidad inmutable: la naturaleza efímera del poder humano frente a la verdad perdurable del amor entregado de Dios.
La lógica invertida de Dios. El método divino de redención es “elegir lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; Dios eligió lo débil del mundo para avergonzar a los fuertes; Dios eligió lo bajo y despreciado del mundo, cosas que no son, para abolir las que son” (1 Corintios 1:27-28). Esta estrategia divina busca desmantelar la “estructura de la jactancia” asegurando “que nadie se gloríe ante Dios”. No se trata solo de invertir papeles (hacer fuerte al débil), sino de abolir los estándares mismos con que se mide la superioridad, creando una comunidad donde todos tienen igual honor.
La paradoja de la jactancia. En su segunda carta a los corintios, Pablo, enfrentando fuerte oposición, irónicamente se “jacta” para exponer la locura de los valores de sus adversarios. No se jacta de sus fortalezas, sino de sus debilidades: sufrimientos, persecuciones y peligros, que desde una perspectiva mundana lo hacen un “apóstol inferior”. Este “discurso de necio” (2 Corintios 11:16-12:10) demuestra que incluso una jactancia “al revés” sigue siendo una jactancia “carnal”, pues toda jactancia depende del logro propio para afirmar superioridad. El punto final de Pablo es que toda jactancia, incluso en servicio admirable, es problemática porque la verdadera agencia pertenece a Cristo que vive en él.
7. Los relatos bíblicos critican consistentemente la búsqueda de preeminencia
El que quiera ser el primero debe ser el último de todos y el servidor de todos.
La radical inversión de Jesús. Jesús desafía constantemente la búsqueda de estatus. Cuando Santiago y Juan piden descaradamente los puestos más altos en su reino venidero, Jesús reprende su “lucha por el estatus”. Declara que “el que quiera hacerse grande entre ustedes debe ser su servidor, y el que quiera ser el primero debe ser esclavo de todos” (Marcos 10:43-44). No es un llamado a invertir la jerarquía (hacer de la inferioridad la nueva superioridad), sino a convertir la superioridad misma en un “no-valor”. El servicio es la meta, no un medio para elevarse sobre otros.
Precedentes en el Antiguo Testamento. La crítica a la búsqueda de superioridad está profundamente arraigada en la Biblia hebrea:
- Caín y Abel: El asesinato de Abel por Caín nace del deseo de restablecer su superioridad percibida tras la preferencia divina por la ofrenda de Abel.
- El llamado de Abraham: La elección de Abram (Génesis 12:1-3) se presenta como gracia inmerecida, no basada en cualidades o logros, excluyendo cualquier reclamo de superioridad.
- La elección de Israel: Deuteronomio 7:6-8 afirma explícitamente que Israel fue elegido no por su tamaño ni atributo alguno, sino “porque el Señor los amó”. Esta elección inmerecida hace “imposible para el oyente atento identificar la elección con superioridad”.
- La creación de Adán: Los sabios rabínicos interpretan la creación solitaria de Adán (Génesis 1) como un medio para evitar futuras jactancias del tipo “Mi padre... es mayor que tu padre”, enfatizando el origen común y la dignidad igual de toda la humanidad.
Los ambiciosos defectuosos. Incluso figuras fundacionales como Jacob y José son retratados como intensos buscadores de superioridad. Jacob negocia despiadadamente por la primogenitura de Esaú y engaña a su padre para obtener la bendición. José, un joven narcisista, exhibe su estatus favorito, lo que conduce a su esclavitud. Aunque ambos experimentan transformaciones posteriores, reconociendo la mano de Dios en sus vidas, sus acciones iniciales evidencian la naturaleza destructiva de su ambición.
8. La providencia divina obra a través de las fallas, pero no las justifica
Aunque ustedes pensaron hacerme mal, Dios lo encaminó para bien, para hacer lo que hoy vemos, salvar a mucha gente.
Las líneas torcidas de Dios. El relato bíblico, especialmente en Génesis, muestra la providencia de Dios actuando incluso a través de fallas morales humanas. Las palabras de José a sus hermanos, “Aunque ustedes pensaron hacerme mal, Dios lo encaminó para bien” (Génesis 50:20), resumen este tema. Dios usa el cruel acto de vender a José como esclavo para preservar a los descendientes de Jacob durante una hambruna. De igual modo, Dios obra a través del engaño de Jacob para convertirlo en progenitor de Israel.
No es una “mano invisible”. Esta providencia divina no es comparable a la “mano invisible” de Adam Smith, que convierte vicios privados en bienes públicos, justificando o incluso valorando el interés propio y la búsqueda de superioridad. La Biblia no endulza ni excusa las fallas morales de sus personajes. Condena la falta de escrúpulos de Jacob y el narcisismo de José, aunque reconozca que los propósitos divinos se cumplieron a través de esas acciones defectuosas.
Condena sin justificación. El texto insiste en que Dios “sabe escribir recto con líneas torcidas”, es decir, que puede lograr buenos resultados a pesar del pecado humano, pero esto no “endereza” ni justifica la torcedad del pecado mismo. El libro sostiene que debemos reconocer tanto que la búsqueda de superioridad puede inadvertidamente producir resultados positivos (como la innovación) como que sigue siendo moralmente errónea y dañina. Esta doble perspectiva es crucial para abandonar el vicio en favor de una búsqueda diferente y más virtuosa.
9. La alternativa: honor mutuo y búsqueda de la excelencia en el amor
Más bien, el que quiera hacerse grande entre ustedes debe ser su servidor, y el que quiera ser el primero debe ser esclavo de todos.
Un nuevo orden social. La alternativa a la búsqueda de superioridad es una reorientación radical hacia el honor mutuo y el servicio, ejemplificada por Cristo. Pablo exhorta a los cristianos a “superarse unos a otros en mostrar honor” (Romanos 12:10), no en un sentido competitivo de obtener más honor, sino en “abrir camino” honrando incondicionalmente a los demás. Esto implica tratar a cada persona como si fuera “mejor que ustedes mismos” (Filipenses 2:3), enfocándose en sus intereses antes que en los propios.
El servicio como gloria. La vida de Jesús
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Reseñas
"El costo de la ambición" ha recibido elogios destacados por parte de los lectores, alcanzando una calificación promedio de 4.36 sobre 5. Los críticos valoran el estilo claro y accesible de Volf, así como su análisis sobre cómo la búsqueda de la superioridad afecta negativamente la fe cristiana y la vida personal. La obra examina textos de Kierkegaard, Milton y el apóstol Pablo para ilustrar las trampas morales de la ambición. Los lectores consideran que el libro es estimulante, que invita a la reflexión, y que resulta especialmente pertinente en el contexto del capitalismo occidental y la cultura digital actual.