Puntos clave
1. De la humillación a la búsqueda de riqueza y poder
Sentir vergüenza es acercarse al coraje.
Un comienzo doloroso. El camino de la China moderna suele marcarse convencionalmente con la Guerra del Opio (1839-1842) y el posterior Tratado de Nankín, símbolos de un siglo de humillación a manos de potencias extranjeras. Esta época de derrota y decadencia, en marcado contraste con un pasado glorioso percibido como el “Reino Central”, se convirtió en una fuente poderosa, aunque dolorosa, de identidad nacional y motivación. El Templo de los Mares Tranquilos, donde se negoció el tratado, es hoy un museo dedicado a este “siglo de humillación”, que insta a los visitantes a “nunca olvidar la humillación nacional y fortalecer nuestra defensa nacional”.
La búsqueda del fuqiang. Ante la decadencia interna y el ataque externo, pensadores y líderes chinos se obsesionaron con restaurar el fuqiang (“riqueza y poder”, o “prosperidad y fortaleza”). Este antiguo concepto legalista, revivido por figuras como Wei Yuan, se convirtió en la fuerza motriz de los esfuerzos reformistas. Wei Yuan, testigo de la derrota en la Guerra del Opio, fue de los primeros en reconocer el peligroso atraso de China y abogar por aprender de Occidente, especialmente de su tecnología militar, argumentando que incluso los “reyes sabios” confucianos necesitaban riqueza y poder para gobernar eficazmente.
La humillación como estímulo. Las derrotas repetidas y los tratados desiguales profundizaron el sentimiento de vergüenza, pero esta vergüenza se veía paradójicamente como un catalizador necesario para la acción. La idea de que “la humillación estimula el esfuerzo” se convirtió en un tema recurrente, transformando una emoción negativa en una fuerza positiva para el rejuvenecimiento nacional (fuxing). Esta mentalidad impulsó la ferviente búsqueda de la reinvención propia, con el objetivo de devolver a China una posición desde la cual pudiera defenderse y recuperar el respeto internacional.
2. Auto-fortalecimiento: métodos occidentales, núcleo chino
Si usamos la ética y enseñanzas chinas como base, pero las complementamos con técnicas extranjeras para la riqueza y el poder, ¿no sería eso ideal?
Aprender del enemigo. La destrucción del Antiguo Palacio de Verano (Yuanmingyuan) en 1860 durante la Segunda Guerra del Opio fue otra lección brutal sobre la debilidad de China. Este trauma impulsó a figuras como Feng Guifen a proponer un enfoque más sistemático para el ziqiang (“auto-fortalecimiento”). Feng sostenía que China debía estudiar y adoptar métodos occidentales, no solo en tecnología militar, sino también en educación, economía e incluso aspectos de la gobernanza, preservando al mismo tiempo el núcleo de la cultura y valores chinos.
Arsenales e institutos. Las ideas de Feng influyeron en funcionarios poderosos como Li Hongzhang, quien estableció arsenales modernos e institutos de estudios extranjeros, como el Arsenal de Jiangnan en Nankín. Estas iniciativas buscaban adquirir tecnología occidental y formar personal chino, encarnando el principio de injertar xiyong (“función occidental”) sobre zhongti (“núcleo chino”). Sin embargo, estos esfuerzos fueron a menudo descentralizados, con escasos fondos y enfrentaron resistencia conservadora, lo que limitó su efectividad.
Límites del préstamo. A pesar de algunos avances, el movimiento de auto-fortalecimiento no logró evitar un mayor declive. La derrota de China ante Japón en 1895 fue un golpe particularmente devastador, que evidenció que simplemente adoptar tecnología occidental no bastaba. El enfoque fragmentado y la resistencia a cambios sistémicos profundos hicieron que China quedara rezagada, no solo respecto a Occidente, sino también frente a un Japón que modernizaba con mayor decisión y reformas integrales.
3. Crisis cultural: exigiendo nuevos ciudadanos y destrucción total
Si deseamos hacer a nuestra nación segura, próspera y respetada, entonces debemos discutir cómo crear ‘nuevos ciudadanos’.
Más allá de la reforma material. Los fracasos del auto-fortalecimiento llevaron a una nueva generación de intelectuales a cuestionar si los problemas de China residían más allá de la tecnología o las instituciones. Figuras como Liang Qichao y Yan Fu argumentaron que la cultura tradicional china misma era la fuente de su debilidad, sofocando la innovación e impidiendo la aparición de guomin (“ciudadanos”) modernos con conciencia nacional. El llamado de Liang a “nuevos ciudadanos” marcó un giro hacia la transformación cultural e intelectual como requisito para la fortaleza nacional.
Iconoclasia y nueva cultura. Esta crítica culminó en el Movimiento de la Nueva Cultura (alrededor de 1915-1925), liderado por Chen Duxiu y otros a través de publicaciones como Juventud Nueva. Lanzaron un ataque radical contra el confucianismo y los valores tradicionales, promoviendo a “el Sr. Ciencia y el Sr. Democracia” como antídotos universales para el atraso percibido de China. Escritores como Lu Xun usaron la literatura para exponer la supuesta decadencia moral y pasividad de la sociedad china, describiéndola famosamente como un lugar donde “se come carne humana”.
Destrucción antes de construcción. Chen Duxiu, influenciado por las ideas destructivistas previas de Liang Qichao, sostenía que la cultura tradicional “vieja y podrida” debía ser demolida por completo para dar paso a una nueva China. Esta iconoclasia radical, aunque energizó a una generación de jóvenes, también sembró semillas de nihilismo y violencia. Aunque muchos intelectuales de la Nueva Cultura admiraban el liberalismo y el individualismo occidentales, su motivación principal seguía siendo salvar a la nación, y algunos, como Chen Duxiu, más tarde se inclinarían hacia ideologías autoritarias en su búsqueda de un camino efectivo hacia la salvación nacional.
4. Revolución y desunión: la lucha por un nuevo Estado
A pesar de cuatrocientos millones de personas reunidas en una China, somos, en realidad, solo un puñado de arena suelta.
Derrocar la dinastía. Sun Yat-sen, producto de la educación occidental y las comunidades chinas en el extranjero, se convirtió en la figura principal que abogaba por el derrocamiento de la dinastía Qing y el establecimiento de una república. A diferencia de los reformistas anteriores, perdió la fe en la capacidad de la dinastía para salvar a China y vio la revolución como necesaria. Sus “Tres Principios del Pueblo” (nacionalismo, derechos del pueblo, bienestar del pueblo) pretendían ofrecer un plan para una nueva China, enfatizando la unidad nacional contra el imperialismo extranjero y la desunión interna.
Una república frágil. La revolución de 1911 puso fin al gobierno imperial, pero la era republicana (1912-1949) estuvo marcada por el caudillismo, la guerra civil y la continua intromisión extranjera. La breve presidencia de Sun evidenció la debilidad de la nueva república y las profundas divisiones internas. Más tarde adoptó métodos leninistas de organización partidaria, creyendo que un partido fuerte y disciplinado era necesario para unificar la nación y guiarla durante un período de “tutela política” antes de implementar la democracia plena.
La lucha nacionalista. Chiang Kai-shek heredó el legado de Sun y, mediante la Expedición del Norte, logró una apariencia de unidad nacional bajo el Partido Nacionalista. Sin embargo, su gobierno enfrentó enormes desafíos:
- La continua agresión japonesa
- La oposición interna del creciente Partido Comunista
- La pobreza y corrupción generalizadas
- El legado de tratados desiguales y humillación nacional
Chiang, mezcla de tradicionalista confuciano y disciplinario leninista, buscó restaurar el orden y la fortaleza, pero finalmente no pudo evitar que el país cayera en guerra civil y perdiera el territorio continental ante los comunistas.
5. La era de Mao: revolución permanente y destrucción creativa
Una revolución no es como invitar a la gente a cenar... Una revolución es un levantamiento, un acto de violencia mediante el cual una clase derroca el poder de otra.
El poder campesino. Mao Zedong, a diferencia de la mayoría de intelectuales urbanos, vio el potencial revolucionario en la vasta población campesina de China. Su informe de 1927 sobre el movimiento campesino de Hunan le convenció de que los pobres rurales, no los trabajadores urbanos, serían la fuerza motriz de la revolución china. Esta visión, junto con su creencia legalista en un liderazgo fuerte y su experiencia personal de rebelión contra la autoridad, moldearon su idea de una revolución violenta y totalitaria.
Rectificación y control. Tras consolidar el poder en Yan’an, Mao se centró en el control ideológico y la disciplina partidaria mediante campañas de “rectificación”. Buscaba remodelar el pensamiento de intelectuales y miembros del partido, considerándolos posibles amenazas a la pureza revolucionaria. Sus “Charlas en el Foro de Yan’an sobre Arte y Literatura” declararon que todo arte y literatura debía servir al partido y al pueblo, no a la expresión individual.
Desatar el caos. La creencia de Mao en la “revolución permanente” y la “destrucción creativa” condujo a una serie de campañas masivas devastadoras tras 1949:
- Reforma agraria (eliminación de terratenientes)
- Gran Salto Adelante (colectivización forzada e industrialización, que provocó hambrunas masivas)
- Revolución Cultural (ataque a la cultura tradicional, intelectuales y rivales dentro del partido)
Estos movimientos buscaron transformar continuamente la sociedad y evitar la aparición de una nueva élite, pero causaron un sufrimiento inmenso, estancamiento económico y caos político, dejando a China “pobre y en blanco” de una manera que Mao quizás no había previsto.
6. La era de Deng: pragmatismo, reforma y poder económico
Amarillo o blanco, gato que atrapa ratones es buen gato.
Punto de inflexión. Tras la muerte de Mao y la caída de la Banda de los Cuatro, Deng Xiaoping, purgado dos veces durante la Revolución Cultural, emergió como el líder supremo de China. Reconociendo la profunda pobreza y atraso del país, Deng cambió el enfoque del partido de la lucha de clases al desarrollo económico, inaugurando la era de la “reforma y apertura”. Su enfoque pragmático, resumido en el proverbio del “gato negro, gato blanco”, priorizaba los resultados sobre la ideología.
Transformación económica. Deng desmontó la colectivización maoísta, introdujo mecanismos de mercado, fomentó la empresa privada y abrió China al comercio e inversión extranjera mediante Zonas Económicas Especiales. Descentralizó la toma de decisiones económicas y promovió la eficiencia, lo que llevó a un crecimiento económico sin precedentes. Aunque enfrentó resistencia de conservadores del partido, avanzó convencido de que el desarrollo rápido era esencial para la legitimidad del partido y el futuro de China.
Desarrollo autoritario. A pesar de abrazar la economía de mercado y la apertura al Occidente, Deng rechazó firmemente la liberalización política y la democracia al estilo occidental. Reprimió el movimiento de la Pared de la Democracia y ordenó la represión de las protestas de Tiananmén en 1989, viendo la disidencia política como una amenaza a la estabilidad y al dominio del partido. El modelo de Deng buscaba construir una nación fuerte y próspera bajo el control firme del Partido Comunista, posponiendo la democracia a un futuro indefinido de “tutela política”.
7. La tensión perdurable: desarrollo versus democracia
La libre expresión es la base de los derechos humanos, la raíz de la naturaleza humana y la madre de la verdad.
El milagro económico. Bajo los sucesores de Deng, Jiang Zemin y Zhu Rongji, China alcanzó un crecimiento económico asombroso, convirtiéndose en la segunda economía mundial y una potencia global importante. Zhu Rongji, como primer ministro, centralizó el control económico, reformó las empresas estatales y supervisó la entrada de China en la OMC, consolidando su posición como “la fábrica del mundo”. Este éxito económico se convirtió en la principal fuente de legitimidad del partido.
Contradicciones no resueltas. A pesar del progreso material, China sigue enfrentando desafíos significativos:
- Creciente desigualdad de ingresos
- Corrupción rampante
- Degradación ambiental
- Falta de transparencia y rendición de cuentas política
Estos problemas alimentan tensiones sociales y plantean dudas sobre la sostenibilidad del modelo actual.
Voces de cambio. A lo largo de este período, una línea de disidentes, incluyendo a Wei Jingsheng, Fang Lizhi y Liu Xiaobo, han continuado defendiendo la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho como valores universales esenciales para la verdadera modernización y respeto internacional de China. Sus llamados a la reforma política han sido reprimidos, evidenciando la tensión constante entre la búsqueda del partido por riqueza y poder bajo un régimen autoritario y las aspiraciones por mayor libertad y justicia. Mientras la búsqueda de riqueza y poder ha dominado la historia moderna de China, la pregunta de si podrá lograr un verdadero “rejuvenecimiento” y respeto global sin abordar los derechos políticos y humanos fundamentales sigue siendo un desafío central y sin resolver.
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Reseñas
Riqueza y Poder es reconocido por su profunda exploración del ascenso de China a través de figuras históricas clave. Los lectores valoran el enfoque accesible del libro frente a una historia compleja, destacando la búsqueda de riqueza y poder de China como respuesta a humillaciones pasadas. Muchos lo consideran esclarecedor respecto a las motivaciones de la China moderna. Algunos critican la brevedad con que trata ciertos temas y un sesgo occidental. En general, los reseñadores lo recomiendan para quienes desean comprender la trayectoria histórica de China y su posición actual en el mundo, aunque algunos sugieren complementarlo con otras fuentes para obtener una visión más completa.